Mi amiga Marie, me platicó hace varios años, por ahí del 2014, que se propuso durante ese año escribir en papelitos de colores todas las cosas bonitas que vivía y meterlas a un bote para al final del año leerlos todos y recordar todo lo bueno que vivió. Me encantó la idea y aunque quise replicarla de inmediato, no me di el tiempo de hacerlo. Lo comencé en el 2016 y hasta el momento sigo con la buena costumbre de hacerlo. Lo curioso es que justo a los tres días de haber comenzado el 2017, me mudé a Columbus y se me olvidó la bolsita con los papelitos. Mi plan era leerlos el 31 de diciembre del 2016 para hacer un tipo ‘ritual’ de despedida del año agradeciendo por experiencias tan hermosas y recibir el nuevo año que venía con muchos retos nuevos. La verdad, es que no tuve tiempo… entre empacar, ver a todos mis amigos, la familia, las fiestas decembrinas y todo el merengue se me fue el avión y no solamente no los leí, si no que olvidé la bolsita con los papelitos en casa de mis papás. Lo primero que hice llegando a Columbus, fue comprar otro jarrón y empezar a meter los buenos recuerdos el 2017. 

Recuperé mis papelitos del 2016, cuando fui de vacaciones a Monterrey, pero no fue hasta hoy que me senté y los abrí, leí, recordé, sonreí y con algunos de ellos hasta lloré. Para mi sorpresa ese año estuvo lleno de cambios, cosas mágicas, nuevas amistades, más cambios, muchas fiestas increíbles, autoconocimiento, reencuentros con viejas amistades, trabajos nuevos, trabajos que hice por primera vez, amistades que se volvieron en poco tiempo muy importantes y muchas cosas bonitas más. Fue un momento muy especial. Tomé fotos a algunos de los mensajes escritos y los mandé a mis amigos, todos me respondieron con alegría lo mucho que apreciaban ese mensaje y que obvi se acordaban de eso. Agradecí cada momento y lo volví a guardar. Gracias a Mel, que cuando envié la foto y le expliqué lo que era dijo “El jarrón de la vida… ¡qué bonito!” Por eso se llama así este post. Hice lo mismo con el jarrón del 2017. Con estos me di cuenta que mudarme fue mucho más difícil de lo que creía y que en el proceso de acoplamiento encontré más de lo que buscaba, descubrí que me enamoré durísimo y que disfruté cada momento con él, que hacer amistades de todas partes del mundo es increíble y que esta experiencia no la cambio por nada, que las fiestas latinas son la onda, que si abro mi corazón puedo encontrar amistades verdaderas, que los niños alegran el alma y que la adrenalina de hacer cosas por primera vez es única.

Agradecí cada momento y lo volví a guardar. Es una práctica que no solo me lleva a recordar – y como dicen por ahí: recordar es volver a vivir – si no que me recuerda lo infinitamente bendecida que soy, que son más las cosas buenas y que al final pase lo que pase, yo misma decido cómo quiero ver las cosas y con que quedarme de todo lo que aprendo en esta aventura llamada vida. A esto lo acompaña otra costumbre, que es tomar fotos y vídeos de TODO y guardarlas en mi disco duro.

Hace poco, me encontré ahí muchísimas fotos increíbles de cuando estaba en la Universidad con mi Fashion Team, el viaje a Puerto Vallarta con mis amigos, reuniones con mis amigas, el viaje a Chiapas, fiestas familiares, vídeos súper chistosos de Marie y yo cantando en el carro, vídeos de porkyrisas, las juntas KAOticas, un vídeo bastante serio sobre “La Inauguración de mi sobrehiladora” (jajajajajaja, gracias hermanas y mamá por seguirme la corriente siempre) viajes familiares, las bodas de mis amigas, entre otras muchas cosas más. Cuando encontré estas fotos las envié a mis amigos y familia y también tuve la misma sensación de felicidad y plenitud.

Me sentí muy bendecida de estar rodeada – aunque sea en la distancia – de seres humanos tan bonitos. Creo definitivamente que esto me hace volver a atrás, ver lo feliz que he sido, todo que he aprendido tras situaciones complicadas y lo mucho que me gusta vivir… y por eso sigo, juntando buenos recuerdos que llevo no solo escritos en el jarrón de la vida y estampados en fotos, sino muy dentro de mi corazón.