Vivimos una era, en la que tenemos más información y acceso a avances científicos y tecnológicos que nunca antes, facilitándonos el trabajo, la escuela, y todos los ámbitos de la vida.

Por otro lado, y de manera sorpresiva, nos hemos convertido en la generación más medicada, depresiva, adicta, estresada, ansiosa, endeudada y obesa que cualquier otra, y justo en este punto me pregunto: ¿Por qué? Si bien todos los avances tienen la finalidad de facilitarnos la vida, de igual forma todas estas herramientas se han convertido en un arma de doble filo, ya que, por lo general, las usamos de una manera equivocada, y más bien encontramos en ellas el escape perfecto para nuestra realidad imperfecta.

Ejemplificando, cada vez es más frecuente encontrarnos a las personas con el celular en las manos, literal como una extensión de esta, preferimos muchas veces hablar con la persona al teléfono que con la persona que tenemos frente, somos incapaces de darnos cuenta de los momentos tan valiosos que nos perdemos con nuestra “ausencia”; las redes nos hacen creer una realidad que no existe y peor aún, frustrarnos por no tenerla, con consecuencias severas que van, desde desórdenes alimenticios hasta, y sin exagerar, suicidios.

Los ejemplos anteriores son los casos más comunes de estar desconectados, sin embargo, la desconexión la tenemos en todo, comemos mientras vemos tele o miramos el celular o leemos, trabajamos recibiendo llamadas, mensajes, preguntas; estamos con nuestros hijos, pareja o amigos mientras hacemos alguna actividad propia, llamada, mensaje; viajamos y “disfrutamos” tomarnos fotos y/o subirlas a redes; pasamos por algún momento de estrés y lo primero que pensamos es en comprarnos algo (ropa, zapatos, viajes, bolsas, etc.) o refugiarnos en la comida, alcohol o ejercicio.

Ha sido sorprendente para mí, hacer una introspección en mi actuar y en mi desconexión, darme cuenta que en los pequeños cambios están los grandes logros, y el más grande para mí, fue entender que la desconexión es una necesidad de escape, que hay que identificarla y atenderla, no importa el tiempo que esto te tome, lo realmente importante es vivir una vida más plena, llena, mágica, con momentos que queden en tu memoria, que transciendan, conectar con las personas que son importantes para nosotros, con hacer las cosas que nos gustan y que le den sentido a nuestra misión en la vida.

Lo verdaderamente importante es SER CONSCIENTE, vivir el hoy. Hay muchas prácticas que nos ayudan a poder sentir esta conexión con nosotros, para algunos será la meditación, para otros reconciliar esa relación con la comida, tener más control con los aparatos electrónicos, ejercitarse físicamente, escribir, agradecer.

Todas estas nos llevan al camino de la conexión, de estar más atentos, a despertar nuestro lado observador. Tenemos tanto que agradecer, respiramos, nos movemos, tenemos trabajo, familia, amigos; en nosotros esta valorarlas y entender que cada una de las situaciones que atravesamos tiene una razón de ser, que son únicamente una pieza del rompecabezas que es nuestra vida y que ese es el motivo por el que no las entendemos. Pero que si logramos verlas como parte de un todo y vamos armándolas desde el amor y la aceptación, será grandioso el panorama que tendremos al finalizarlo.

Te invito a poner en silencio tu celular cuando estés con alguna persona, a activar en las redes el tiempo que inviertes en ellas para estar consciente, a hacer lista de tareas un día antes para anticiparte y poder empezar el día sin prisas y de manera ordenada, a levantarte temprano para hacer alguna actividad que te llene el alma y te haga empezar con energía y motivada, a reservarte momentos solo para ti sin documentarla a nadie, a platicar en vez de gritar, a analizar si lo que quieres comprar realmente lo necesitas, a disfrutar esa taza de café o comida.

Cuando buscamos afuera y no encontramos paz, significa que nos estamos buscando en el lugar correcto. Confía en ti mismo, tú sabes más de lo que crees que sabes.