Mi viaje por la belleza comenzó hace ya muchos años (11 para ser más exactos) con la llegada de la adolescencia y con ello, el acné. Sobre ello no hay mucho que contar, se resolvió fácil gracias a una serie de pastillas en la mañana y cremas con olor a azufre por las noches.

Años después algunos granos llegaron de visita, iban y venían, otros llegaron para quedarse como las espinillas. Eso requería de algunas visitas al spa por faciales, nuevamente se resolvía fácil, mi piel no tenía rastro de cicatrices o manchas.

Ya entrada a los veinte años regresó de nuevo, los granos no se presentaban en abundancia pero sí con mucha rojez y dolor. Se volvió la hora de probar una nueva dermatóloga y ahora con pastillas que destruyen el hígado y resecan los labios…

En fin… mi viaje por el skincare ha sido meramente desgastante con múltiples visitas a diferentes dermatólogos, sufriendo mucho dolor a lo hora de los faciales, poca tolerancia a los rayos del sol y con depilaciones que me dejan irritaciones durante una semana.

¿Sabrás que es que tu día se arruine por completo porque justo ese día amaneciste con nuevos inquilinos en tu cara?

A mis veinticuatro años me encuentro viviendo una eterna adolescencia, a pesar de alimentarme relativamente bien, utilizar crema hidratante y bloqueador, mascarillas y exfoliantes de vez en cuando, y tomar pastillas que me regulan hormonalmente, mi cara no logra ser perfecta… y muy probablemente nunca lo llegue a ser, es ahí donde termina mi viaje por la belleza y comienza mi viaje por el bienestar.

He aprendido a limpiar y proteger mi piel, a amarla y no lastimarla, a reconocerla como es y descubrir cómo se comporta.

Al quitarme el peso de querer que sea perfecta, de repente se volvió perfecta para mi. Hoy la belleza ha cobrado otro sentido, ya no es estar cómoda entre las demás personas, ahora es estar cómoda en mi propia piel.

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